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viernes, 1 de enero de 2016

Pueblos originarios y los posteriores


La que sigue es una clasificación de quienes habitaron la actual provincia del Neuquén en época de la conquista y la ocupación mapuche, que se produjo más tarde, entre fines del siglo XVIII y el XIX, sobre todo en el área de los parques Lanín y Nahuel Huapi.

A nuestros naturales sureños, los tehuelches, de origen pámpido, debemos clasificarlos así:

1) Tehuelches septentrionales

A.- Genaken, también llamados puelches o pampas serranos, que se recostaban contra el lado este de la cordillera de los Andes desde la altura de Malal Hue, poblando hasta el Atlántico, llegando por el sur hasta la costa norte del río Chubut, ocupando también las sierras de la provincia de Buenos Aires. Su lengua era el het. Como todos los pueblos cazadores y recolectores, eran nómadas. Por eso habitaban en toldos, cubiertos los techos con cueros, que eran fácilmente transportables en sus mudanzas. En la zona de los parques nacionales Nahuel Huapi y Lanín convivían con los poyas, también de etnia tehuelche. En la región entre ríos sur y el río Negro se dividían en dos grupos: los chechehets en el este y los leuvuches sobre el oeste.

B.- Los pampas o gününa kena, también de lengua het, que poblaban la costa sur del río Salado. Salvador Canals Frau dice que conformaban dos agrupaciones: los taluhets en el este, en la pampa húmeda, y los diuihet en el oeste.

2) Tehuelches meridionales

Habitaban al sur del río Chubut hasta el estrecho de Magallanes. Los españoles los llamaron patagones. Se los ha conocido como tehuesh, tsonecas, chonik o abonaken. Su lengua era el tson, más duro que el het.

3) Tehuelches australes

Los españoles los llamaban onas. Ellos se decían selknam. Habitaban el norte y centro de Tierra del Fuego. En la península Mitre, en la punta sureste de la isla, lindando con los yaganes, estaban los haus, de igual etnia pero un poco más bajos.

4) Pehuenches boreales o del noroeste de Neuquén

Habitaban en la zona de Varvarco y el río Agrio. Pertenecían a otra etnia, distinta de la de nuestros tehuelches y de los araucanos de Chile.

5) Pehuenches mendocinos

Aunque originalmente los puelches poblaron desde San Rafael, en Malal Hue, hasta el Campanario en Mendoza, al sur de los huarpes, posteriormente se araucanizaron y hablaron el mapu dungu (por eso Falkner se equivoca y los llama nuestros araucanos), pero fueron desalojados por los pehuenches del Malal Hue. Estos pehuenches mendocinos, con los que siguieron conviviendo puelches, se mantuvieron en un constante enfrentamiento con estos últimos (principalmente en los siglos XVIII y XIX), entre ellos mismos, con los indígenas trasandinos huilliches y picunches (de su misma etnia) y los mapuches del Arauco, a los que los españoles llamaron araucanos.

La Araucanía

El Arauco, en Chile, fue poblado por una nación de naturales cuya frontera norte era el río Bío Bío (baja frontera) hasta que los chilenos, terminada la guerra con Perú y Bolivia, impusieron su superioridad militar con un moderno armamento y conquistaron definitivamente, en 1883, las tierras al sur de ese río hasta el Toltén, pobladas de mapuches (araucanos).

Estos estaban divididos en tres grandes grupos denominados:

1) Abajinos, en la parte central o llana.

2) Arribanos o moluches, los del este, sobre las estribaciones cordilleranas.

3) Vorogas, que poblaban al sur del río Cautín y la zona del Imperial hasta el río Toltén, que era el límite sur del Arauco (la alta frontera).

Horacio Zapater los describe como pertenecientes al grupo racial andidos, de cráneo braquicéfalo, talla baja, complexión robusta, piel morena oliva, cabello negro y liso, ojos oscuros y con una cabeza y cara que se caracteriza por su redondez.

Al tiempo de la conquista española eran sedentarios y agricultores. También cazadores y pescadores.

Vivían en rucas, o sea ranchos que construían, según el padre Diego Rosales, cubiertos de paja, armados con varas largas clavadas en el suelo, en redondo o cuadrado. Juntaban estas varas arriba, entretejiendo varillas delgadas a los lados, que cubrían con pajas, sin ventanas y generalmente con dos puertas. En el centro del techo hacían una abertura, cuya misión era dar salida al humo.

Buenos tejedores, vestían largos ponchos grises, amarillentos o blancos, usando comúnmente sombreros de paja. Las mujeres, en cambio, se cubrían con dos chamales o mantas de lana, sostenidas con tupus o punzones de plata. Peinaban raya al medio y dos largas trenzas. Cubrían su cabeza con un pañuelo.

Tomás Guevara, gran historiador chileno, coincide con esta descripción. Dice que eran naturales de la Araucanía (Chile), de complexión robusta, pecho ancho, cráneo braquicéfalo, cabeza y cara redondas, pelo negro y liso, cejas rectas poco pobladas, ojos chicos, nariz baja y ancha, boca grande con labios abultados, cuello corto, brazos y piernas cortas, pies chicos y redondeados, piel morena, entre un metro cincuenta centímetros y un metro setenta centímetros de altura. Agrega que eran sedentarios por ser agricultores, además de cazadores y recolectores. Su lengua era el mapu dungu.

Neuquén y el llamado desierto

Chile recién pudo ocupar la Araucanía en 1883, cuatro años más tarde de la campaña del general Roca y uno antes de que terminara, en forma definitiva, la última resistencia indígena a la ocupación argentina de nuestras tierras del sur, con la entrega al ejército del último gran cacique tehuelche, el Manzanero Saihueque (1º de enero de 1885).

Los pueblos originarios de Chile que vivían al sur del río Maule y poblaban al oeste de la cordillera de los Andes eran los picunches al norte del Bío Bío, los mapuches en la Araucanía y los huilliches al sur del río Toltén.

Estos indígenas trasandinos sostuvieron variadas y permanentes guerras con nuestros pehuenches y tehuelches (puelches, pampas y patagones), debido a su penetración constante en las tierras de los segundos, que eran sus pobladores originarios y vivían al este de la cordillera.

Tras la batalla del paso de Choele Choel, a principios del siglo XIX (1820), nuestros tehuelches septentrionales de la zona de entre ríos sur (se llamaba así a la región entre los ríos Colorado y Negro) y del río Negro, llamados genaken, puelches o pampas serranos, vencidos por indios arribanos o moluches (mapuches), que cruzaron la cordillera apoyados por milicias patriotas chilenas (que portaban incluso un pequeño cañón), debieron renunciar a sus tierras, conquistadas así por indios trasandinos, retrocediendo para instalarse al sur del Negro o en la provincia de Buenos Aires.

Ya antes los huilliches, mezclados a veces con nuestros pehuenches boreales, habían ocupado la región de los puelches y poyas, en la zona de los hoy parques nacionales Lanín y Nahuel Huapi.

Estos invasores poblaron el lago Lácar, el oeste del río Collón Cura, incluso Calleufú y la costa norte del Limay, a partir de la época del viaje del padre Meléndez o Menéndez (1792), que entró desde Chile por la boca del Reloncavi hasta el Nahuel Huapi y la naciente del Limay. De esta penetración dio testimonio este padre en su diario, diciendo que nuestros puelches le pedían ayuda para frenar a sus invasores.

Diez años antes, durante la travesía del río Negro, el Limay y el Collón Cura realizada por el piloto español Basilio Villarino (1782), éste pudo constatar que todavía esta región la ocupaban nuestros puelches.

Estos eran su pueblo originario junto con los poyas (o sea los tehuelches), conforme lo certifican el capitán Juan Fernández, cuyo relator fue Flores de León (entrada desde Chile del año 1620) y los misioneros jesuitas que se asentaron en el Nahuel Huapi (los padres Diego Rosales en 1653, Nicolás Mascardi -1665 a 1703-, Felipe de la Laguna -1703-, Juan José Guillelmo -1704- y otros que los acompañaron).

Ante la presión de los pehuenches boreales y huilliches (chilenos), debieron posteriormente nuestros tehuelches, conforme lo detalla quien convivió con ellos, Guillermo Cox, en su libro “Un viajero en el Nahuel Huapi (1862/63)”, ceder esta región a los caciques pehuenches Trureupán, Huentrupán, Huinca-hual y Caillapán, entre otros, ocupando los tehuelches desplazados la zona del sur del Limay y Nahuel Huapi.

Pocos años más tarde, cuando llegó desde el Atlántico en su primer viaje nuestro perito Francisco Pascasio Moreno (1876) y posteriormente en su segundo viaje (1879/1880), en el que encontró a Inacayal y Foiguel o Foyel con sus toldos en Tecka, el país de Las Manzanas tenía un cacique mayor, único e indiscutible del que dependían los demás que habitaban en la región, fueran tehuelches, mestizados o pehuenches. Ese cacique, llamado gobernador, tenía sólo sangre tehuelche, tanto por padre (era hijo de Chocorí) como por madre, y se llamaba Saihueque. Sus toldos estaban asentados en Caleufú.

Hablamos de mestizados, ya que estas etnias pobladoras a partir de fines del siglo XVIII de la región, con la vecindad y convivencia entremezclaron sus sangres. Por ejemplo, por citar a algunos de los caciques más importantes de la época de la campaña de Neuquén, Inacayal, hijo del cacique pehuenche Huinca-hual, y Foiguel o Foyel, hijo del cacique pehuenche Caillapán, tuvieron madres tehuelches.

Tanto Inacayal como Foiguel, ya caciques por muerte de sus padres, a quienes sucedieron, tuvieron una actuación importante, al lado del cacique gobernador tehuelche Manzanero Saihueque, durante la campaña de Neuquén y del sur del Limay del general Villegas.

Lo acompañaron en su retirada al Chubut, luego de que Villegas llegara al Nahuel Huapi (3 de abril de 1881), donde finalmente fueron alcanzados, vencidos y aprisionados por el ejército en campaña.

Pero retomemos el relato. Los tehuelches septentrionales de entre ríos sur y el río Negro (puelches) debieron buscar refugio por el avance de los indígenas trasandinos en el sur del río Negro o en el centro este de la provincia de Buenos Aires, región de los pampas gününa kena.

Estos tehuelches subsistieron bajo el mando de caciques como los Catriel y Cachul, pero como indios generalmente “amigos”, sin perjuicio de sus alianzas temporales para malonear, buscando la protección de los gobiernos de la Nación y/o la provincia, para protegerse de los indios chilenos, más numerosos, mejores guerreros y que entraban en grandes oleadas, muchas veces con apoyo de milicias trasandinas o guerrilleros realistas.

Los vorogas (mapuches chilenos de la zona de Cautín), a partir de la guerra a muerte en Chile (1818-1824), donde lucharon a favor de Fernando VII, vencidos, huyeron a la Argentina junto con los hermanos Pincheira y sus guerrilleros realistas. Tras malonear primeramente en el sur de Mendoza, San Luis, Córdoba, Santa Fe y oeste de Buenos Aires, luego ocuparon con el apoyo de los Pincheira y sus soldados las tierras de nuestros pobladores originarios, a los que vencieron y persiguieron.

Llamaron a la tierra que conquistaron y detentaron Magna Araucanía, imponiendo en la misma su lengua mapu dungu (araucana), distinta y más rica que la het de nuestros pampas septentrionales, pobre de vocablos y que se endurecía cuanto más al sur poblaban los tehuelches (los patagones hablaban tson).

A su vez los pehuenches boreales del noroeste neuquino se expandieron con la entrada de los picunches y los huilliches, y conquistaron la zona de Malal Hue y El Campanario, en Mendoza, y del actual Parque Lanín en Neuquén, que compartieron con algunos puelches que decidieron quedarse a convivir con ellos.

Características de estas etnias

A.- Pehuenches. A pesar de haber adoptado en reemplazo de su lengua original el mapu dungu, que llegó ser lengua franca en nuestra pampa y en Chile, eran por sus características étnicas de origen pámpido (descendían probablemente de los huarpes y de los chiquillanes, etnias cuyanas).

Superaban en altura a los mapuches; eran delgados pero fuertes, de temperamento muy agresivo y rostro y cabeza diferente a la de los araucanos. Eran también cazadores y grandes recolectores de piñones. Vivían en toldos de cuero, como los puelches, y cubrían su cuerpo primitivamente con quillangos de pieles.

Cox dice que los huilliches (pueblo originario del sur del río Toltén en Chile), cuya frontera con nuestros aborígenes fue originalmente la cordillera, vestían en forma diferente a los mapuches y pehuenches. Usaban unos pantalones cortos de lana azul, calcetas de punto hasta los tobillos, camisa azul de lana y poncho. Llevaban el pelo largo sostenido con una cinta. Algunos usaban sombreros cónicos, de lana azul. Las mujeres, en cambio, vestían igual que las pehuenches boreales. Estos últimos (pehuenches), conforme Guillermo Cox, que convivió en dos oportunidades con ellos (1862/1863), tenían la cara aplastada, juanetes salientes, piel cobriza, mirada feroz, narices cortas, boca prominente, barba pelada y cabellos espesos cortados a la altura de los hombros.

Vestían chiripá, en lugar del chamal de los araucanos, atado a la cintura con una faja. Tapaban su espalda con un poncho tejido de lana (mapuche) o un quillango de cuero (tehuelche) y en la cabeza llevaban un pañuelo que daba vuelta alrededor de la misma, tapando parte de su frente. Calzaban sumeles, hechos con el cuero de las patas de las vacas o caballos. Usaban pequeños pendientes en sus orejas.

B.- Los tehuelches eran los más altos de todos los indígenas sureños. Su media era un metro ochenta centímetros de altura pero algunos, sobre todo del sur, llegaban a los dos metros. Sus hombros eran anchos, su cuerpo robusto, atlético, cabeza grande y aplastada atrás, cara ancha y cuadrada, juanetes poco salientes, ojos horizontales, frente chica, cejas espesas y nariz chata con ventanillas abiertas.

La araucanización

Los huilliches se fueron posesionando con los mapuches de nuestra pampa central, llamada desierto, la zona de los carrizales (el Ranquil Mapú) y del oeste de la provincia de Buenos Aires. Sólo tenían en común, a esa altura, la lengua mapu dungu. También ocuparon los huilliches con los pehuenches boreales, parte del sudoeste de Neuquén.

En esta ocupación, durante y después de terminar la guerra a muerte en Chile, tuvieron participación muy activa los vorogas que llegaron, como hemos dicho, huyendo de Chile, apoyados por guerrilleros realistas comandados por los hermanos Pincheira y sus oficiales.

Durante la guerra a muerte en Chile, o sea durante el siglo XIX, el llamado desierto quedó en manos de los huilliches y los mapuches chilenos.

Los huilliches, mezclándose con los pehuenches, como ya hemos visto, habían comenzado a entrar a la zona del Parque Lanín a partir aproximadamente de 1792, es decir la zona neuquina contra la cordillera, pero al llamado desierto entraron en 1833. Para lograrlo, fueron autores de una gran matanza de los mapuches vorogas (sorpresa de Masallé, 8 de setiembre de 1834).

Los vorogas, a los que Rosas había evitado enfrentar en su Campaña al Desierto de 1833, estaban asentados en la región de Guaminí y Carhué, de donde habían expulsado, perseguido y masacrado años antes a nuestros pampas.

Allí, en Masallé, asesinaron los huilliches a dos de sus tres caciques generales, a Mariano Rondeau y Melín (o Melían), dando muerte en el ataque a los indios de lanza que se resistieron y robando su chusma. Los huilliches, en esta acción, actuaron con el visto bueno de don Juan Manuel de Rosas.

Este había sido alertado, primero por el cacique Venancio Cueñepán (mapuche arribano chileno, patriota, que había llegado a Bahía Blanca con mil lanceros, mandado por los chilenos, en persecución de los vorogas) y también por el general Guido, que recibió el informe que el gobierno de Chile le mandó a través del general Bulnes del ingreso por pasos cordilleranos del sur de más de dos mil huilliches de lanza.

Al frente de los mismos marcharon, entre otros caciques, Antonio Namuncurá y su célebre hermano Juan Callfucurá (que, como señala el padre Meinrado Hux en su libro sobre “Caciques borogas y araucanos”, le escribió años después al presidente Mitre diciéndole que “era chileno y había entrado autorizado y llamado por don Juan Manuel -carta que conserva el Archivo Mitre-, el que como premio por la matanza de los mapuches vorogas lo dejó establecerse y residir en las Salinas Grandes”.

Callfucurá, para llevar a cabo este ataque a traición, había mandado mensajeros avisando al cacique mayor Mariano Rondeau que venía en paz y traía gran cantidad de mercaderías de origen chileno para negociar. Rondeau se dejó engañar, razón por la que fue fácil para los huilliches sorprenderlos y matarlos, ya que lo esperaban en sus toldos confiados, descansando y desarmados.

Los vorogas que se salvaron debieron someterse a los huilliches, salvo los caciques Vuta Pincen -padre de Vicente- y Coliqueo, que tenían sus toldos más alejados, lo que les permitió escapar y agregarse a los ranqueles, con los que siempre tuvieron excelentes relaciones, para poder sobrevivir en ese primer momento.

El último de los tres caciques mayores vorogas, Cañiuquir, que estaba en Guaminí, razón por la que no sufrió el ataque de Masallé, fue acuchillado con sus lanceros dos años más tarde, en el combate de “El Pescado”, por las tropas de la Fortaleza Argentina, enviadas por Rosas en su busca.

Triste fin tuvieron también los guerreros pehuenches de Malal Hue, (Mendoza) a manos de los huilliches y guerrilleros realistas llegados de Chile.

La lucha interna por la ambición del mando entre sus caciques Antical y Chocorí -el padre de Saihueque-, por un lado, y el lonco general de los pehuenches de Mendoza, Ñeincul, por otro, los llevó al asesinato de este último y varios de sus allegados. Ñeincul había apoyado al general San Martín y estaba abiertamente con sus lanzas del lado de los patriotas.

Intervino por ello el gobierno de Mendoza, que designó a Antical -pehuenche- para suceder al cacique asesinado (año 1825), pero un hermano de Ñeincul, Llanca Milla, deseoso de vengarse (lo que entre los indígenas era una tradición), buscó erradamente para el logro de sus fines el apoyo de los huilliches del cacique Anteñir, que en ese momento estaba al sur del río Agrio.

Para esta empresa, Anteñir reunió cinco mil lanzas y se alió con doscientos guerrilleros chilenos realistas de los hermanos Pincheira, al mando de Julián Hermosilla, provistos con armas de fuego.

Así atacaron a los pehuenches, que tenían sus tolderías en Malal Hue, dando muerte a Antical y en forma indiscriminada a todos aquellos que no pudieron escapar (loncos y chusma). Luego saquearon y robaron, destruyendo todo lo que no podían llevar.

Los pehuenches que se salvaron pidieron socorro a Nicolás Ortiz, jefe del fuerte San Carlos, que concurrió con sus hombres a prestársela.

Pero fueron engañados por renegados infiltrados, que les hicieron creer que Ortiz los llevaba al fuerte para asesinarlos, por lo que lo atacaron sorpresivamente y huyeron en Los Funes.

En la desesperación de su fuga, cometieron el error de pedirle asilo a su verdadero enemigo, el cacique Anteñir, que prometió brindársela, siempre que concurrieran desarmados, a entregarse a sus toldos huilliches.

Cuando lo hicieron, fueron lanceados sin piedad, no sobreviviendo hombres, mujeres ni niños (murieron en este asesinato aproximadamente un millar de pehuenches, entre lanzas y chusma, incluyendo las mujeres y los niños).

Los pehuenches del Campanario y Varvarco (Neuquén) no tuvieron participación en estos hechos y varios años más tarde el último cacique de esta etnia que enfrentó al ejército nacional fue Purrán, que tenía bajo su control el paso de la hacienda vacuna y caballar, producto del robo de los malones, por la abertura llamada Pehuenche.

Vemos por consiguiente que Neuquén no llegó a estar nunca bajo dominio mapuche.

Purrán fue capturado en 1880 por el mayor Rubial, de la IV División, y su tribu deshecha.

Ocho años más tarde logró fugar a Chile, donde fue bien recibido por estancieros de la zona de Villarrica y Pucón, que habían “trabajado” con él en el tráfico de ganado robado en nuestra tierra, y allí murió.

Por último, el 1º de enero de 1885 se entregó voluntariamente al mayor Vidal el gran cacique tehuelche Saihueque, gobernador del País de la Manzanas (hijo de Chocorí y madre también tehuelche).

Saihueque controlaba hasta 1880 el paso del río Tromel o Mamuil Malal, que está abierto todo el año, y los pasos del sur de Neuquén y norte del río Chubut, donde limitaba con los tehuelches patagones.

Con su entrega, llegó a su fin la campaña del frente de los Andes, a cargo del general Villegas.

Mapuches que hoy habitan Neuquén

Estos comentarios tienden a demostrar la sinrazón de los reclamos mapuches a tierras de nuestros parques nacionales Lanín y Nahuel Huapi, de las que no solamente “no fueron pobladores originarios” sino que jamás poblaron hasta después de la Campaña del Desierto.

Si es verdad, en cambio, que los mapuches ocuparon regiones de nuestro llamado desierto por la fuerza de sus lanzas en el siglo XIX, a partir de la “guerra a muerte en Chile”, exterminando o persiguiendo a nuestros naturales, sus primitivos ocupantes, valiéndose al principio muchas veces del apoyo de milicianos chilenos o de guerrilleros realistas de los Pincheira.

Pero las tierras que ocuparon por la fuerza de sus lanzas las abandonaron pocos años más tarde, durante la Campaña del Desierto del general Julio Argentino Roca.

Los mapuches que hoy habitan en Neuquén llegaron mayoritariamente después de 1885, cuando fueron cruzando pacíficamente la cordillera, procedentes de Chile, donde sólo tenían en el Arauco usufructo de pequeños minifundios que con el correr del tiempo les resultaron insuficientes para cubrir sus necesidades.

¿Qué fue lo que ocurrió?

Lo explica claramente Horacio Zapater en su opúsculo “Notas de viaje por el país araucano”, publicado en Mendoza en 1955.

“Los araucanos -en Chile- han adquirido actualmente plena noción de los valores económicos que rigen nuestra civilización. La familia araucana se caracteriza por ser muy numerosa. El término medio de hijos por familia es de siete. Los mapuches alcanzan este alto índice de natalidad, a pesar de su deficiente nivel económico y educacional (sic)”.

Y añade: “Después de la pacificación, el gobierno chileno dispuso el reparto de enormes extensiones de tierra sureñas entre los mapuches. Pero aconteció que esta generosa disposición no se cumplió totalmente. Se concedió a los indios parcelas menores que las dispuestas y las que restaban se remataron y fueron compradas por “pioners” de estas regiones a precios ínfimos. Así se fueron formando latifundios. Dado que en ese entonces la peste y el cólera diezmaban a los aborígenes, se llegó a creer en su próxima extinción y que nunca se plantearía para ellos el problema de la falta de tierras. Pero aconteció justamente lo contrario. La población indígena en lugar de tender a extinguirse aumentó considerablemente. Las tierras se subdividieron y en la actualidad (año 1953) se presenta para el indígena el problema del minifundio” (sic).

Primero para escapar de la presión de la conquista del Arauco y más tarde por los motivos referidos, los mapuches cruzaron nuevamente la frontera, esta vez en paz, y se radicaron en nuestro país, que no tuvo problema en acogerlos, como lo podía hacer cualquier otro emigrante de cualquier origen.

Pero este asentamiento no les acuerda el derecho a sus reclamos como pueblo originario, que no lo son ni lo fueron como absurdamente pretenden.

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